La excursión del trámite de hoy no me hacía mucha gracia. Un trámite sin sentido, por el tren ligero. Así que me subí al metro y llegué a Taxqueña, pero estaba cerrado el tren ligero. Mi idea era caminar unos 30 minutos y llegar al lugar, que resulta que se podía llegar por General Anaya, lo que yo no sabía. El caso es que el lugar no estaba fácil de encontrar, y después de estar relativamente cerca, resultó que la dirección estaba mal. No es que estuviera desorientado/norteado/perdido, la dirección estaba mal desde el inicio.
Al final, mejor Google, revisar direcciones, Google Maps y tomar un taxi. Fueron cien pesos o cinco USD, pero esa zona no está muy bien y, aunque estaba pasando por un club privado deportivo de Coyoacán, me pareció muy rara la gente de la zona. Nada de avisos de escuelas que suelen haber en ciertas zonas, tampoco lugares de comida corrida o formales para comer. Eso indica pobreza en una ciudad como el DF.
Así que… antes de caminar por zonas que, por lo visto, iba a ser notorio que alguien con suéter de Liverpool, pantalón de vestir y de 53 años (mayor), podría parecer vulnerable, mejor tomé un taxi y llegué al lugar del trámite a eso de las 11 am.
Cuando estoy en ciertos lugares, donde no debo estar enojado, en cierto tipo de trámites bajo a propósito mis defensas físicas y mentales. No quiero llamar la atención. Primero, ya que entro y me dan mi gafete, hay un policía de seguridad privada que me pregunta a qué voy, le explico y me dice: «Yo lo llevo». Así que me encuentro en un edificio de gobierno, del sector judicial pero que no es una prisión, por el lado de Tlalpan-Coyoacán, y un señor de 1.60 de altura que tiene unos 60-65 años es el policía.
¿?
Seguramente llamo la atención.
Pasa uno o dos minutos de camino, alguien le pregunta algo y se me acerca una mujer de seguridad privada, joven, armada pero lleva la pistola sin correa de seguridad, lo que no es buena idea allí. Pura pose. Le explico que el otro policía me va a llevar. Así que voy, paso por la oficialía de partes, paso por dos o tres pisos en elevador que parece laberinto. Y hay una señora muy rara hablando con la pared.
Sí, con la pared. Sin celular.
El lugar donde estoy, hay un dentista. Hay una secretaria de la dentista, y de otra función de ahí mismo, que tiene unos cincuenta años. El lugar a donde me lleva el policía es raro. Llevo ya mi oficio sellado por oficialía de partes. Me encuentro ya en el lugar. Una mujer de unos 50 mal llevados, pero cortés, me pide el oficio de oficialía de partes. Me lleva a otro lugar a dos o tres metros, lo explica a un montón de muchachos en sus 20-30 con toda la pinta de estar haciendo servicio social. Le explico por qué estoy ahí. Me piden que me siente en la sala de espera.
Es donde está la secretaria del dentista. Oigo que es de las que más ha durado. Tiene cuatro meses allí.
Mi trámite tiene que ver con un delito, y eso que estoy haciendo está vinculado a Derechos Humanos. Las paredes son limpias, las ventanas no muy altas. Si fueran rejas, o tuvieran una doble, creería estar en un manicomio. No se ve nadie de limpieza, pero todo muy limpio. Pasan unos policías con detenidos que se ven bien, muy golpeados pero bien. Es decir, llevan ropa de calle. Por lo que entiendo, uno es un ladrón al que agarraron unas horas antes y apenas lo liberaron en un pueblo de Magdalena Contreras. Así que vuelve a salir el tema de derechos humanos. El otro sí camina, no le fue tan mal, pero por lo que entiendo no lo pueden dejar en la patrulla. Y no había más gente. Así que a unos cuatro metros de mí, le ponen esposas agarradas a los dos lados de las sillas de metal.
No me interesa verlo, pero ya no está en mi rango de visión.
Pasan por allí dos muchachas medianamente guapas, probablemente haciendo el servicio social, falda muy corta, y creyéndose mucho. ¿A quién se le ocurre ir vestido así con el tipo de gente que está allí? La señora de la pared sigue hablando.
Tengo técnicas de bloqueo, pero el instinto me dijo en su momento no llevar nada que leer, solo mi expediente, pero lo normal es estar incómodo. No es una pose. Me pregunto si me están viendo por un circuito cerrado. Pero no hacen nada con la señora que habla con la pared.
Me espero unos 20 minutos. Sale un señor con barba de unos 30-35 años, que supongo es el que puede poner el segundo sello que necesito. Me hace dos preguntas, le explico qué pasó y por qué estoy allí, y ya ubica. Me dice que él manda el papel a Derechos Humanos. Sí, soy el que hizo la querella.
Salgo más o menos fácil. Por lo que entiendo, estoy relativamente cerca de la CDH-CDMX, a la que fui hace casi dos meses, y cerca de una zona de hospitales generales que atienden a indocumentados o extranjeros.
Me siento sucio. No demasiado, pero sí.
Como dije, conozco técnicas de bloqueo, pero verme bajo control en ese entorno, y como si nada, no es lo que se espera de alguien que hizo ese tipo de denuncia.
Ya estando fuera, pienso que debo estar afectado por la baja de proteínas. Así que lo primero es buscar qué comer. Por ahí pasa un microbús al metro, así que llego unos quince minutos después y me como unos cinco tacos de alambre, del puesto que se ve bien de unos cinco. Sí, me cae bien. Pero no es suficiente.
En la mañana les mandé a la dama de los emojis y a la dama de piedra preciosa, unas imágenes de «Se acabaron las vacaciones» y «Colorín colorado, las vacaciones se acabaron». Suena mi teléfono, es la respuesta de una de ellas. Ya puso mi imagen como estado de WhatsApp y como foto. Estoy haciendo lo correcto.
Ya llegando a mi casa, voy al lugar de las quesabirrias, y compro tres (igualmente unos seis USD). Así que me como unas proteínas de muy alta calidad. Inmediatamente, el malestar físico del lugar donde estuve se va. No vi nada demasiado raro, pero sí, estar sin proteínas baja las defensas. Y era necesario entrar así.
Así que lo siguiente que hago es llegar, escribir esto, y me voy a dormir un rato. Casi nunca duermo siesta, pero creo que le va a caer bien a mi cuerpo.