El caparazón de la tortuga

Esto parece que va a ser una serie de temas incluso quizá una categoría en el blog.

A las siete de la mañana ya llevaba despierto dos horas. Desde hace mucho, salvo raras excepciones ya estoy levantado a las 05:15, mis jornadas comienzan antes del amanecer sacando respaldos. Alrededor de las siete cincuenta me contactó la dama Margarita, aparentemente por asuntos laborales aunque pronto se hizo evidente que había algo más. Se notaba su malestar, una tensión que no lograba ocultar completamente. Cuando intenté tranquilizarla con algún comentario casual, su respuesta fue directa: «si supieras». Esas dos palabras cargaban un peso que no necesitaba explicación. Mas adelante puso un estado en whatsapp de «el señor contigo quien contra mi», lo que me indica que tiene problemas. Lo vi desde ayer.

Mientras tanto, yo tenía programada una cita en el Ministerio Público a las once de la mañana, un trámite que esperaba fuera rutinario. El desarrollo fue normal hasta que ocurrieron dos incidentes que cambiarían el tono de la mañana. El personal del MP, como es habitual, mostró cierta actitud evasiva, pero logré establecer comunicación con una agente auxiliar del MP. También estaba presente una defensora u orientadora, mientras que yo fungía como denunciante en el asunto de hoy.

Durante la diligencia se produjo un accidente menor pero revelador. Se rompió un frasco de aromatizante concentrado, contenido en un frasco tipo barniz de uñas, lo que provocó una reacción inmediata en todo el personal presente. Varios estuvieron a punto de desmayarse por la intensidad del olor. Mi reacción fue completamente diferente. Desde pequeño tengo una condición particular con los olores, una especie de anosmia parcial que años atrás me llevó a realizarme estudios médicos. Los resultados mostraron que solo detecto ciertas concentraciones de moléculas, y que mi umbral para registrar olores es excepcionalmente alto. Por ejemplo, no registro el olor a gas doméstico ni el de las aguas residuales de los canales, situaciones que para otros son evidentes.

Sin embargo, tengo compensaciones sensoriales que otros no se dan cuenta. Todos tenemos un nervio llamado Trigémino, que tiene que ver con sensaciones en la cara o piel. Percibo sensaciones a través del nervio trigémino, que se manifiestan como sensaciones en la cara. En el caso del aromatizante concentrado, solo experimenté un ligero picor en la parte alta de la nariz. Mientras los demás no podían acercarse, yo pude agacharme y limpiar el derrame con papel de baño, actuando con normalidad en una situación que había paralizado a los demás.

Este incidente funcionó como un rompehielos inesperado. La conversación derivó hacia mi resistencia al químico, con comentarios irónicos sobre quien necesitaba salir a tomar aire. En ese ambiente más distendido surgió el tema de los nombres peculiares, algo que el personal del MP encontró muy divertido (la agente auxiliar tenía un nombre memorable). Mencioné ejemplos como «Winnie Pu Martínez», un nombre que había visto en documentos años atrás, y el caso de unas gemelas llamadas «Mónica y Rebeca Galindo». La risa fue generalizada cuando se dieron cuenta del juego de palabras involuntario: «Rebe caga lindo», «Moni caga lindo». Claramente, un error de los padres al no considerar cómo sonarían los nombres completos.

Al finalizar el trámite, confirmé lo que ya sabía por experiencia. El Ministerio Público mantiene un trato cordial conmigo, pero su patrón de actuación es muy específico: solo hacen algo cuando tienen las cosas físicamente en sus manos. Los delitos que no involucran elementos presentes o tangibles quedan, para fines prácticos, sin atención. El problema es que algunos generamos evidencia que no es física, sino digital o documental.

De todos modos las otras partes en este caso son déspotas, e incluso sin lo de hoy, las MP les van a hacer ver su suerte, pero además ya me identifican. La próxima ves voy a llevar otro aromatizante como gesto de buena voluntad.

La situación de justicia sobre cosas tangibles crea paradojas notables. Hay oficios como vendedor, cajero, panadero o zapatero que producen algo físico, y aunque también sufren extorsión, tienen cierta protección del sistema. Es extraño que cuando vives del producto de tu mente, aunque tengas buena condición física, la protección legal sea limitada o inexistente. Ciertas cosas no son materiales, entonces se echan la bolita entre dependencias. Me ha tocado presenciar desinterés completo, incluso en casos con muertos o heridos hospitalizados. Por una razón u otra, el sistema de justicia en México es tan inconsistente que resulta surrealista.

Tengo razones prácticas, largas de explicar aquí, que me llevan a tomar medidas en dependencias gubernamentales cuando yo mismo o un cliente enfrentamos cierto tipo de problemas. Por ejemplo, ayer llevé un expediente extenso y la dama Margarita se sorprendió al ver las fotografías (creo que se las pasé a las 08:02) . Lo que ella espera, como muchos, es que la justicia te proteja, pero no es así. El sistema actúa de manera reactiva cuando algo ya pasó (si es que hace algo), y además lo hace de forma ineficiente. O te proteges a ti mismo y creas el marco legal para cumplir la ley, o te van a pasar cosas como el traslado de la carga de la prueba.

Me ha ocurrido que levanto una carpeta de investigación basándome en evidencia parcial que me hace pensar que algo va a suceder, y efectivamente pasa cinco días después. Esa carpeta de investigación me cubre. Es relativamente fácil predecir la desidia, la estupidez y la autodestrucción institucional. Lo que a veces no sabes es el cómo se van a manifestar específicamente.

Lo mismo pasa en sistemas informáticos. Te preparas contra vulnerabilidades conocidas y tienes claras las leyes y los scripts que debes ejecutar. En contabilidad, conoces las fechas de impuestos y las posibles evidencias de falta de probidad. El evento de hoy en el MP fue revelador de qué tan grave es la situación: no tenían la más mínima idea de qué era un CFDI de ingreso y un complemento de pago. Así de grave es el desconocimiento.

Salí del lugar rumbo a casa, pensando en comer algo. Pasé por un lugar de mixiotes. Tengo que volver al Ministerio Público a principios de agosto. No solo la tortuga de Mafalda se llama Burocracia, sino que la justicia en México es una tortuga que se esconde en su caparazón. No es solo lenta, sino que además evita enfrentar los problemas.

Y por otra parte El lunes siete, durante un trámite rutinario, observé evidencia de un delito. No sabía si actuar o no, aunque el artículo 222 del Código Nacional de Procedimientos Penales establece que debes denunciar como obligación. No tenía claro cómo, por qué y cuándo proceder. Pero el martes llegó un correo de otra dependencia con cinco preguntas capciosas, y no me quedó más opción que preparar un documento nuevo que llevaré mañana a una dependencia que supuestamente actúa cuando las demás no lo han hecho, e integrar ahí lo del robo de identidad (que no me afecta a mi pero que yo observé)

Tengo que hacerlo porque hay en medio una usurpación de identidad reciente, y todos los otros puntos representan simplemente evasión activa y tácticas dilatorias. La justicia en México es una buena idea, pero es como lo que comentaba ayer: me pidieron en un lugar «documenta los mecanismos internos que no se cumplieron», como si fuera adivino y fuera a revelarles información confidencial.

Así que estoy a punto de irme a dormir, con un escrito casi final de treinta y nueve páginas. Tengo que integrar mañana las correcciones finales, más juntar aproximadamente veinticinco anexos. Es casi medianoche y mañana me levanto a las dos treinta de la mañana para ponerme a trabajar en eso. El ciclo continúa, pero cada paso documenta algo que alguien, en algún momento, tendrá que reconocer que existe.