Son las 11:37 de la mañana y mi cuerpo apenas registra el cansancio de una noche que técnicamente no existió. Ayer a las 17:56 recibí un oficio de una autoridad que parecía diseñado específicamente para probar los límites de mi paciencia y mi capacidad de análisis lógico. No era un documento más en la montaña de papeles que manejo cotidianamente, sino una pieza cuidadosamente construida con tonterías evidentes y cinco trampas lógicas que NO cualquier persona con formación jurídica podría detectar a primera vista. La ironía del asunto es que tuve menos de dos horas para contestar el correo inicial, pero esa respuesta rápida me condenó a pasar toda la noche despierto, trabajando contra el reloj en lo que se convertiría en un maratón jurídico agotador, para elaborar , revisar integrar la nueva documentación requerida.
El documento que terminé elaborando no fue únicamente una respuesta al correo, sino una refutación sistemática y TOTAL de cada una de las cinco trampas lógicas que habían incluido en su oficio. Treinta y nueve hojas de documentación densa que requerían no solo demostrar punto por punto las inconsistencias de su argumentación, sino también mantener un tono profesional mientras descubría delitos evidentes en el mismo documento que me habían enviado. El proceso implicaba validar cada dato, pensar cada argumento, sentir el peso de cada palabra que escribía y manejar cuidadosamente el tono para no caer en la trampa de sonar enojado o peleonero cuando en realidad estaba siendo meticulosamente técnico. Lo que más me llamó la atención fue que se les estaba olvidando manejar el punto más importante de todo el asunto, ese punto X que constituye precisamente el origen de todo el problema que estaban pretendiendo resolver.
En mi respuesta al oficio, hice notar bajo protesta que las formalidades que me exigían eran innecesarias y carecían de sustento legal, recordándoles que de ellos depende el peso de la prueba y no al revés. Su oficio omitía deliberadamente el origen de todo el problema, ese punto X que constituye la médula del asunto y que ellos conocen perfectamente bien. Es increíble que me pidan demostrar qué mecanismo interno de control no siguieron, cuando son ellos los que conocen sus propios mecanismos y además no existe ninguno establecido formalmente. Escribir eso fue precisamente evidenciar el traslado indebido del peso de la prueba que estaban intentando realizar.
La complejidad del trabajo no terminaba con la refutación del oficio. Del manejo original de 56 expedientes, tuve que releer 20 completamente, condensar 32 en un documento de 49 páginas que a su vez representaba la síntesis de 249 hojas originales, y volver a enviar todo porque habían extraviado el anterior. Además, fue necesario crear un nuevo documento de 19 hojas sobre un delito que afirmaban no haber recibido, obligándome a entregar otro resumen de una documentación que ya había sido presentada anteriormente. Como si fuera poco, siguiendo la sugerencia de reportar las irregularidades del oficio ante la Función Pública, tuve que integrar ese acuse como documento 2 en un nuevo expediente que requería su propia estructura y argumentación. Basicamente el documento base nuevo eran 39 hojas centrales, 49 del condensado, 19 del delito reformulado y 22 de otro de los anexos.
A las 11:55 salí de casa con una misión clara pero pesada: entregar 11 hojas con dos copias antes de las tres de la tarde, y aproximadamente 250 hojas con tres copias antes de las cinco. El cálculo parecía simple en papel, pero la realidad de moverse por una ciudad como esta, con sus distancias, su tráfico y sus imprevistos, convertía entrega en una carrera contra el tiempo. La logística requería no solo planificar las rutas más eficientes, sino también calcular los tiempos de impresión, los costos de transporte y la posibilidad de que surgieran complicaciones de último minuto. Luego esperar a que me atendieran
El día transcurrió en una secuencia borrosa de movimientos calculados. Logré entregar el primer documento a las 13:30, lo cual me daba cierta tranquilidad para concentrarme en la segunda entrega. El segundo documento lo entregué a las 16:40, apenas una hora y cinco minutos antes del plazo límite de las 17:45. Al regresar a casa a las 17:56, me di cuenta de que había subestimado el volumen final: cada juego resultó ser de 450 hojas, no las 250 que había calculado inicialmente. La diferencia representaba no solo más trabajo de impresión y más peso que cargar, sino también más dinero invertido en un proceso que cada vez me parece más absurdo.
Como no había tiempo para una comida formal, mi alimentación del día consistió en un burro preparado comprado de manera apresurada y unos hotdogs que logré conseguir entre traslados. Considerando las impresiones y los taxis, el gasto del día alcanzó entre 700 y 800 pesos, una inversión que para mi es pequeña para un trabajo que debería ser rutinario pero que se complica por la falta de organización y la tendencia a trasladar responsabilidades que no corresponden. Mi tipo de trabajo me exige documentar meticulosamente cada paso y prepararme para lo inesperado, aunque después la gente sale con una estupidez y una actitud irracional que es verdaderamente increíble.
Mientras procesaba todo esto, no pude evitar pensar en la situación de la Dama Margarita, quien publicó tres estados en redes sociales que revelaban más de lo que probablemente pretendía. Uno sobre el cumpleaños fallido al que no fui, donde quedó claro que no había ninguna otra analista presente y que se había aislado sola. Otro sobre su hijo, aparentemente del año pasado, donde se veía claramente enferma. Y un tercero del evento del 19 de mayo que evidenciaba una necesidad de pertenencia que resulta casi palpable. No menciono esto por criticarla, sino porque existe otra analista que además tiene la misma edad con apenas dos meses de diferencia pero que está en mejor condición física y emocional.
Quizá el problema de la Dama Margarita es que se exige demasiado y al no recibir el pago correspondiente empieza a reducir gastos en alimentación, iniciando un proceso de canibalización física que afecta su rendimiento general. Pero no es solo eso, hay un componente más profundo que podría describirse como suicidio emocional, una forma de autodestrucción que va más allá de las limitaciones económicas y que afecta su capacidad para mantener relaciones profesionales saludables. Es un patrón que he observado en varios colegas que trabajan en condiciones similares y que me hace reflexionar sobre la sostenibilidad de este tipo de trabajo.
Al final del día, sigo resolviendo problemas porque es lo que hago y es lo que sé hacer bien. Mañana tengo que ir al Ministerio Público y ya está todo listo para esa cita. Es hora de descansar, aunque en realidad no me siento realmente cansado después de todo lo que hice hoy. Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que es mejor llegar fresco a las citas importantes, especialmente cuando involucran instituciones que pueden ser tan impredecibles como las que he enfrentado estos días. Dormir una hora y media máximo porque era obligatorio me recordó que a veces el cuerpo y la mente pueden funcionar en modos de emergencia que no son sostenibles a largo plazo, pero que son necesarios cuando las circunstancias lo exigen.