Estuve en preparatoria en Guadalajara y los talleres que había eran obligatorios. Básicamente iban de deportes, como juegos y aprenderte el reglamento, unos cuantos de artes plásticas como pintura y creo que música. Siendo mi papá cantante de ópera y gran pintor al óleo o con aerógrafo, pues esas eran opciones negadas para mí. No recuerdo cuáles eran todas las opciones, pero finalmente quedaban el taller de radio, el de teatro y otro que no me acuerdo de qué era pero probablemente oratoria o debate. En ese último no se hacían concursos que no me interesaran, pero pensé que te iban a poner a defender argumentos contrarios o al azar, y eso, aunque tenía unos quince o dieciséis, no me parecía honorable defender algo en lo que no crees. No soy mono de circo.
Viendo a la distancia entiendo que mi vida es una narrativa coherente donde las decisiones tempranas siguen reverberando. No hay nostalgia ni arrepentimiento, solo reconocimiento de patrones y consecuencias. Decisiones o pruebas autoimpuestas, y por lo general basadas en hacer lo correcto no lo agradable.
Así que en los talleres me tocó como opción obvia y natural, recomendada por mi padre también, la de teatro. La razón era no solo eliminación sino que además me permitía practicar trato con la gente y lo que en los últimos años se le ha llamado habilidades blandas. Como dato curioso, creo que había también talleres de danza, que evidentemente con uno ochenta y 85/90 de músculo era un no, y la chica de los ojos verdes locutora estuvo en el taller de radio, pero en la mañana. Allá por quinto semestre por un problema que no viene al caso casi se cerraron los talleres, pero tuve que ayudar como vocal a varios de mis compañeros de plástica, música y danza a que colaboraran en una de las obras de teatro de nosotros para conseguir créditos. Es una historia larga.
Recuerdo esa época tanto por los preparativos de teatro como por los exámenes de improvisación: la improvisación de un segundo, de día previo, de una semana, y cómo de otro grupo fue tan buena la improvisación de una semana que acabaron en extraordinario después de que llegó el equivalente de SWAT a Los Belenes. Los Belenes era el nombre del lugar donde íbamos una vez a la semana, a esos talleres. No doy más detalles pero lo que hicieron fue tan real que acabaron llamando a la policía. Luego me enteré por el maestro de teatro de que estaban haciendo las camionetas, patrullas y creo recordar que uno o dos camiones del ejército. 1989/1990
Probablemente fueron unas 60 funciones en el teatro de 1200 a 1400 personas. Mas grande que un cine de los antiguos.
En la preparatoria participé en diversas obras de teatro tanto en Belenes los jueves como en área común de lunes a miércoles debido a que un maestro se desapareció en quinto semestre y la mejor manera era usar el auditorio para generar puntos y lo hicimos todo el semestre. Entre esas obras estaba Concierto para guillotina y cuarenta cabezas de Argüelles, que era teatro experimental. Dato curioso: en los entremeses cervantinos me tocó hacer el papel de El Viejo Celoso, y usé una barba postiza unas diez o doce veces. Ni por asomo se me iba a ocurrir que me dejaría la barba diez años después. Y mi barba real es más poblada que la postiza, que era de todos modos profesional y de las que se usaba en ópera para obras como Sansón y Nabucco.
Así que para mí no era raro estar frente a cientos de personas en el escenario. No eran obras tipo El avaro de Molière, o presentaciones tipo Madame Butterfly versión teatral, que hacían otras preparatorias privadas. Básicamente era entornos controlados los de esos lugares, era más seguro. Así que aunque es una historia que contaré en otra ocasión, cuando a finales de sexto semestre me tocó de último momento dar el discurso final por parte de los estudiantes en ese mismo auditorio. Yo había vivido entre otros el papel del soldado de Concierto para guillotina y cuarenta cabezas en ese escenario. Y en una ocasión se me rompió el pantalón por en medio, en pleno escenario, y no traía ropa interior. La improvisación funcionó y me dejé caer al suelo e hice el resto de lo necesario arrastrándome. Después de todo el personaje es un soldado herido, y aparece una máscara de gas y otros elementos.
En defensa personal uno aprende que buena parte de la defensa personal es estar atento al entorno. Una vez estaba yo en la calle con mi hijo de quince años para quedarnos en un hotel para su examen al día siguiente para entrar a la prepa, y vi a unos seiscientos metros sobre esa avenida lo que parecía ser una circunstancia de posible preparación a asalto. Así que lo hice cruzar un puente peatonal, yo tranquilo, y arriba del puente vi lo del asalto consumado, o a la distancia eso parecía. Estar en el escenario te hace ver el ambiente cercano y la defensa personal el ambiente intermedio hasta donde llega la vista.
En combate cuerpo a cuerpo o cuestiones de oficina, debes de tener un guión, como en las obras de teatro. Improvisar te ayuda a tener mejores tiempos de reacción. Mucho de la verdadera pelea en un estado real es tener un plan inicial y reacción y tener preferentemente dos o más opciones. Así que también sirve en entorno cerrado. Ser sincero pero adaptable es lo mejor. Pero qué pasa cuando alguien hace algo estúpido. Es mejor cuando no es uno el que lo hizo. El equivalente de en serio hizo eso es lo que piensas. Te sorprendes por el grado de estupidez. Una frase que leía hace años es que en algunos escenarios un aprendiz puede comer más piezas al principio que un maestro de ajedrez, pero que el maestro siempre gana. No sé cuál sea mi nivel ELO, sistema estadístico en ajedrez para comparar tu fuerza con la de otros, pero para muchos su nivel ELO es el dinero.
Hay cosas que te sorprenden. Por ejemplo, estaba hace rato preparando lo que tengo que llevar en quince días al MP y cómo mejorarlo. La capacidad de observación se encuentra incluso en la biblia con lo de los trescientos hombres que no miren el agua mientras beben. Y por el entorno de teatro, aunque no esté viendo al público en el escenario, sé que posiblemente hay público. No me importa, pero no le tengo miedo. En la calle puedo usar reflejos y reacción. En entorno de combate corporativo veo igual cosas. No es solamente defensa personal. No es que busque la reacción del público viendo lo que pasa en la oficina, y no es que busque aplausos, pero tratar bien a la gente es lo decente, estés en la calle, en el trabajo o sobre un escenario. Claro que si alguien te tira un golpe las reglas cambian. Y luego suceden cosas que te sorprenden pero que son inesperadas. Como cuando supuse que iba a ser papá a pesar de un análisis de sangre negativo, pero el ultrasonido al día siguiente dijo que sí.
Hace un momento me enteré por la universidad que ya puedo empezar a ver lo del servicio social. Va a ser un poco complicado hacer servicio social a los cincuenta y tres. Ya lo hice dos veces antes por otras razones. Y lo que son las cosas, si me hubieran dicho dos meses antes todo este desastre se hubiera evitado.
No hay demasiado en qué pensar. Es un asunto un poco raro. Sigo viendo cosas del cliente de las gasolineras, sigo sin soñar desde hace como tres meses, pero estoy en paz, y observando. Y me vienen a la mente ideas sueltas de las que escribir mañana. La observación me permite pelear hoy las batallas del futuro. Pero de momento no hay gran cosa que hacer, solo un trámite que tuve que hacer hoy, y estar atento a las ideas sueltas que pueden dar una pista a mi inconsciente de algo que no he visto.